Texto: Redacción Cuba Noticias 360
Foto: Cuba Noticias 360
Es el mismo guion, con nuevos actores pero igual desenlace: el gobierno cubano impone un tope al precio del aceite y, de inmediato, el producto desaparece. No hay que ser economista para entender que lo que no se puede vender a precio oficial, se esconde, se encarece o se esfuma.
Así lo deja claro el periodista Fernando Ravsberg : “Una película que ya vimos muchas veces”. Y la población, protagonista obligada, lo confirma en redes, en colas y en la calle.
Es una odisea comprarlo. La respuesta si caminas por La Habana es: no hay, no se vende, lo tenemos a escondidas. El propio Ravsberg lo relata, quien después de recorrer muchos rincones terminó comprándolo como quien busca algo prohibido, de casa en casa, hasta dar con un anciano que lo vendía en secreto.
El control de precios impuesto por el Estado no solo ha fracasado en mantener el acceso al aceite, sino que ha creado un mercado paralelo más opaco y más costoso. Diversos testimonios recogidos en diferentes puntos del país confirman que los topes oficiales solo se respetan en casos excepcionales.
De hecho, ya lo informamos en CN360, el litro de aceite ha llegado a costar hasta 2 000 pesos en algunas zonas del país, cerca del salario mínimo mensual. Y aunque actualmente ha bajado ligeramente —rondando los 900 a 1 100 pesos en ventas mayoristas—, permanece inaccesible para una parte considerable de los cubanos que viven de pensiones o sueldos estatales.
Las causas ya se conocen. Desde el pasado año, el aceite no se oferta en tiendas en CUP y su presencia en la red de bodegas es esporádica y limitada. Por su parte, el sector privado, que abastece una parte importante del mercado, también enfrenta trabas: mayores impuestos, restricciones a la importación y lentitud en la cadena logística. Algo que se traduce en menor oferta y precios más altos.
El primer ministro Manuel Marrero Cruz, en su realidad paralela, insiste en que no hay motivo para que el aceite suba. Durante una reunión reciente con autoridades, afirmó que el producto “ha bajado”, y que venderlo por encima del tope establecido es violar la ley. Pero el problema va mucho más allá de los “precios ilegales”, tiene de fondo el desabastecimiento estructural y una política que no logra articular oferta con demanda.
Mientras tanto, el mercado informal sigue siendo el verdadero termómetro económico en Cuba. Si el dólar sube o baja, los precios se ajustan. Y en ese juego forzado, los particulares deben sortear obstáculos legales y logísticos para mantener su negocio a flote. Algunos, de hecho, han preferido cerrar sus medianas y pequeñas empresas.
Lo que pasa con el aceite en Cuba, y con buena parte los productos de primera necesidad, es el reflejo de una política económica que no encuentra soluciones sostenibles. El control de precios sin respaldo productivo ni logística eficiente solo genera distorsiones. El resultado: el producto desaparece, el mercado informal lo absorbe y el cubano paga las consecuencias.