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¿Quién se acuerda del Plan Turquino en Cuba?

Foto: RL Hevia

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Concebido como un programa gubernamental en 1987 para mejorar integralmente la vida en las zonas montañosas y de difícil acceso y, de paso, estimular la permanencia de los campesinos en estos parajes, el Plan Turquino fue durante años la joya de la Corona del Estado cubano, pues beneficiaba al 12 por ciento de la población y tenía incidencia en 54 municipios de 11 provincias.

Si bien en sus inicios se amplió la infraestructura de estas regiones con la apertura de centros educacionales, de salud, cultura, deporte y hasta de ciencia; se mejoraron los viales, las comunicaciones, se electrificaron zonas tradicionalmente a oscuras y se logró cierta estabilidad de la fuerza de trabajo, en la última década el Plan Turquino solo existe en los informes de las comisiones que se dedican a velar por el desarrollo de la montaña. Se dedican en teoría, porque en la práctica cada día se torna más difícil que los funcionarios y especialistas pongan ni siquiera un pie en áreas tan intrincadas.

Tan a la buena de Dios han quedado los pobladores del Plan Turquino cubano, que si algún beneficio reciben “por la canalita” es, si acaso, una lata de carne y una botella de ron de Pascuas a San Juan, al punto en que muchos venden sus casas a precio de ganga y vienen a parar con sus bártulos a los barrios periféricos de las ciudades. Ese éxodo interno no es menos doloroso, porque priva al campo de los brazos jóvenes que son, a la postre, los que hacen parir la tierra.

Y es que mientras no aumente la producción no se puede hablar de desarrollo sostenible, mucho menos de prosperidad en tan estratégicos sitios de la geografía insular. Cultivos como el café, cacao, coco, frutales, viandas, hortalizas, miel y madera, tan típicos de las zonas montañosas, no viven hoy sus mejores tiempos y no existen proyecciones halagüeñas al respecto.

En el recién concluido 2024, un año funesto para la economía cubana, esos y otros renglones que garantizan la alimentación del pueblo y aportan al llamado balance nacional, no pudieron cumplir los ya de por sí insuficientes planes, una preocupación que salió a relucir en las reuniones que durante meses se realizaron en las comisiones de Atención al Plan Turquino a todos los niveles.

En estos encuentros —realizados en oficinas alejadas de la concreta del campo— salieron a relucir deficiencias, entre las que figuran bajos niveles de siembra, problemas en las atenciones culturales a las plantaciones, irregularidades en el proceso de contratación, cosecha y acopio y un débil sistema de atención a los productores, de acuerdo con reportes de la prensa oficial.

En Granma, por ejemplo, resultó alarmante la falta de control del sistema de la Agricultura, la pobre sistematicidad de las reuniones de las juntas directivas, el impago a productores, la irresponsabilidad en el cuidado del ganado mayor y el desvío de las producciones hacia el mercado informal.

En Guantánamo, el territorio más oriental y montañoso de Cuba, los problemas han escalado a un punto en que inciden directamente en el constante éxodo de los habitantes de las serranías hacia las cabeceras municipales u otras provincias.

Persiste en el lomerío la falta de transporte y el deterioro de los viales, la cuestionable calidad en los servicios que se prestan a la población, la construcción de viviendas, los incumplimientos en varios renglones agropecuarios o las pérdidas de producciones que no llegan al plato, y dificultades con la entrega de insumos a las cooperativas e impagos a campesinos.

Los principales dirigentes de esta rama en el país lo tienen claro: el Plan Turquino es el escenario donde debía implementarse bien y cuanto antes la Ley de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional, pues las dificultades de importar comida obligan a producirla localmente. Tienen clara la idea, pero no tienen muy claro cómo concretarla.

Las prioridades estaban igualmente trazadas: incentivar la siembra de café en los 54 municipios, incrementar las áreas de cultivos de viandas, hortalizas y granos; sembrar papa agroecológica para el autoabastecimiento de los montañeses y el consumo social; fomentar los frutales y crear brigadas de desmochadores de palmas que garanticen el palmiche destinado a la alimentación de los cerdos.

Se debe, además, continuar creando oportunidades de empleos, recuperar la producción local de materiales de la construcción, avanzar en la eliminación de pisos de tierra, sembrar con alevines todos los acuatorios, lograr un mejor encadenamiento de los productores agropecuarios con las mini-industrias en aras de una mayor utilización de las capacidades instaladas y reactivar el trabajo de las 579 brigadas manuales de “camineros” para el mantenimiento y conservación de los viales de montaña.

Ante tal rosario de necesidades insatisfechas, una pregunta se cae de la mata: si todo eso está por hacer, ¿qué prioridad real se le ha dado al Plan Turquino en Cuba en todos estos años?

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