Texto: Hugo León
Foto tomada de The New Yorker
Dos veces ha llegado Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y en ambas ocasiones ha sido evidente la política de mano dura contra la emigración. Ya sea con la construcción de un muro fronterizo, o con el congelamiento de políticas que fomentan la emigración de todo tipo al país, su legado pareciera estar vinculado al desconocimiento de la importancia de los inmigrantes que han ayudado a levantar la nación.
Pero lo que pocos saben es que al revisar el árbol genealógico del presidente, se puede encontrar al menos un inmigrante. Surge entonces una pregunta inevitable que en la cultura cubana se resumiría con los versos de Guillén: “Y tu abuela dónde está”.
Trump, nieto de inmigrantes, e hijo de inmigrantes
Sólo y sin papeles llegó Friederich Trump, el abuelo de Donald Trump a Estados Unidos en un lejano octubre de 1885. Todavía se estaba ensamblando la Estatua de la Libertad cuando el jovencito de 16 años dejó en su natal Alemania a una numerosa familia a la que aspiraba mantener con remesas.
Antes que él había llegado a tierras norteamericanas su hermana mayor, tía abuela de Donald Trump, y esta, al ver que su hermano pequeño no sabía inglés, lo acogió en su casa en Nueva York, en una zona de la ciudad donde se contaban por miles los inmigrantes.
Friedrich trabajó primero como barbero y después de algunos años se estableció en Seattle, de acuerdo con reportes históricos y apuntes biográficos de la familia. Allí logró nacionalizarse porque entonces sólo se necesitaba haber vivido 7 años en EEUU y aportar un testimonio que respaldara el buen carácter del aspirante. Ahí aprovechó y cambió su nombre por uno más americano: Frederick.
En Seattle abrió varios locales de comida, y lo mismo hizo en varios lugares donde entonces se desarrollaba la llamada “fiebre del oro”. Él no minó, sino que brindó servicios a quienes lo hacían y para el año 1900 había amasado una pequeña fortuna equivalente a cerca de medio millón de dólares de la actualidad.
Decidió entonces, según Gwenda Blair, autora del libro “The Trumps: Three Generations of Builders and a President” (Los Trump: tres generaciones de constructores y un presidente), regresar a su natal Kallstadt, en Alemania. Allí conoció a Elizabeth Christ, la pareja se casó y se mudaron a Nueva York, donde Frederick volvería a ser barbero y gerente de un restaurante y un hotel.
Cuando intentó regresar a Alemania definitivamente, las autoridades se lo impidieron porque consideraron que su primer viaje tuvo el objetivo de evadir el servicio militar, lo cual tenía como castigo la pérdida de la ciudadanía alemana. En su defensa, Frederick escribió una carta que bien pudiera ser escrita por cualquiera de los migrantes ahora en peligro de deportación durante el mandato de su nieto:
“¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy duro para una familia. ¿Qué pensarán nuestros conciudadanos si personas honestas tienen que hacer frente a semejante decreto, sin mencionar las grandes pérdidas económicas que ocasionará?».
El texto ha sido replicado en numerosos artículos a lo largo de los años, pero en su momento, sirvió de poco y a mediados de 1905 él y su familia estaban de regreso en Nueva York. Poco después nació Frederick Christ Trump, padre del actual presidente.
Tras este tercer viaje, compró pequeñas propiedades en Queens y también algunos terrenos, que serían la semilla del futuro imperio inmobiliario que su familia desarrollaría. Él, por su parte, no vería el fruto pues murió en 1918 víctima de una epidemia de gripe.
Pero su sueño americano, el sueño de todo inmigrante, se había cumplido: al morir, dejaba una familia bien acomodada y con un futuro prometedor.
Mary Anne MacLeod, madre de Trump, también migrante
Según fuentes históricas, la madre de Donald Trump tampoco nació en Estados Unidos, sino que llegó a ese país procedente de Escocia, en mayo de 1930. Traía consigo unos 50 dólares y las intenciones de vivir en la pujante nación norteña.
Se cree que su caso fue diferente pues llegó legalmente a EEUU, pero las intenciones mencionadas han sido corroboradas por diferentes fuentes como la propia Gwenda Blair, quien llegó a decir, en entrevista para BBC Mundo en 2018 que si desde el momento en que llegó a EEUU se veía viviendo permanentemente en la nación que la acogía, “eso se llama inmigrar”.
Cuando MacLeod llegó a EEUU, ya vivían allí tres de sus hermanas. En su nuevo país de hogar trabajó como empleada doméstica durante algunos años, después regresó a Escocia y en 1934 volvió a entrar al puerto de Nueva York, con un permiso de reingreso al país y nuevamente 50 dólares.
Años más tarde, daría la vida al ahora magnate y presidente de EEUU, Donald Trump, pero su nombre, el de sus hermanas, y el del abuelo de Trump están en la lista de la Fundación Estatua de la Libertad – Isla de Ellis, que enumera a más de 51 millones de inmigrantes que recibió Estados Unidos entre 1892 y 1957 por el puerto de Nueva York y la mencionada isla.
¿Memoria selectiva o herencia invisible?
Volvemos a la frase cubana “¿y tu abuela dónde está?” porque en su genialidad Nicolás Guillén dejó para el mundo una interpelación histórica. Es una invitación a recordar que las raíces, ya sean raciales o migratorias, son imposibles de borrar incluso si un discurso intenta sepultarlas.
Toda nación es un tapiz tejido por migrantes, y la historia de la familia Trump, y la de cualquier migrante, no es sino reflejo de una historia de millones de familias. Tal vez, antes de cerrar la puerta a quienes llegan hoy, sea sensato recordar quiénes tocaron esa misma puerta hace poco más de un siglo.