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Francisco: el Papa que bailaba tango, cocinaba pizza y dormía «como un tronco»

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Foto: GYG Studio | Shutterstock

¿Qué podrían tener en común un hincha de San Lorenzo, un bailarín de tango y un químico apasionado por la poesía? La respuesta solo tiene un nombre: Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, quien durante doce años de pontificado rompió moldes y protocolos, dejando un legado que trasciende el Vaticano. Estas son doce facetas poco conocidas del pontífice,  cuya atenticidad  transformó la imagen de la Iglesia católica desde el primer día.

No quería ser Papa… y lo dijo sin rodeos

Apenas elegido, un estudiante le preguntó si siempre había querido ser papa. La respuesta fue directa: “No quise. Una persona que quiere ser papa no se ama a sí misma. Dios no lo bendice”. Lo decía quien había asumido el mayor liderazgo espiritual del planeta con una maleta modesta y sin discursos preparados.

Eligió llamarse Francisco por una razón clara

Fue el primer pontífice en adoptar el nombre de San Francisco de Asís. Un gesto cargado de mensaje: humildad, pobreza, amor por los excluidos y defensa del medio ambiente. Con ese nombre, dejó claro que su papado no estaría revestido de lujo, sino de compromiso con “la casa común”.

De la bata de laboratorio al solideo papal

Antes de ser sacerdote, estudió Química en Buenos Aires. Ese entrenamiento científico se reflejó en su forma de pensar: estructurada, analítica y concreta. Incluso pasó brevemente por el Colegio Militar. Pero la vocación le cambió el rumbo.

Futbolero hasta el último día 

Nunca ocultó su pasión por el fútbol y su amor incondicional por San Lorenzo de Almagro. En audiencias, saludó con la camiseta del club y, sobre el deporte, sentenció: “Es el más bonito del mundo, pero se juega en equipo. No hay que ‘morfar’ la pelota”.

“Pata dura” bajo los tres palos

De joven, jugaba como arquero. Según él, era tan torpe con los pies que lo mandaban directo al arco. “Me llamaban el ‘pata dura’, pero ahí me defendía más o menos bien”, recordó en tono jocoso. Un portero con vocación espiritual.

Bailaba tango en su Buenos Aires natal 

Disfrutaba de las milongas, de Carlos Gardel y de la poesía del 2×4. Aunque nunca fue un profesional del tango, lo vivía como parte de su identidad porteña. En sus palabras y gestos, ese ritmo nunca dejó de sonar.

El Papa que vivió en Santa Marta

Pudo instalarse en el suntuoso Palacio Apostólico, pero eligió vivir en la sencilla residencia Santa Marta. Compartió pasillos y comedor con curas y trabajadores del Vaticano. Un gesto firme contra el boato eclesiástico.

Lector empedernido y fan de Borges

Leía a Baudelaire, amaba el Martín Fierro, y hasta dictó talleres de escritura. De joven, envió cuentos escolares a Jorge Luis Borges, quien no solo los elogió, sino que viajó en colectivo a Santa Fe para dar clases, invitado por el joven Bergoglio.

Cocinero por necesidad, pizzero por pasión

Cuando su madre enfermó, se hizo cargo de la cocina familiar. Preparaba comida simple y pizza casera. Decía con humor: “Nunca envenené a nadie”. La cocina, como la fe, también era parte de su vida cotidiana.

Dormía como un tronco

En medio de terremotos o viajes oficiales, afirmaba dormir “como un tronco”. Con solo seis horas de sueño, su energía parecía inagotable. “Quizás eso ayuda a la salud”, comentaba con su clásico tono.

Del autobús papal a la Harley subastada

Rechazó la limusina tras ser electo Papa y volvió en autobús con los cardenales. Luego, recibió una Harley-Davidson… y la subastó. Recaudó más de 350.000 dólares para personas sin hogar en Roma. Coherencia entre palabras y acciones.

Una vida salvada por un naufragio

Su padre iba a emigrar en el buque Principessa Mafalda, pero no logró vender sus muebles a tiempo. El barco naufragó y murieron más de 300 personas. Esa demora le salvó la vida y, según Francisco, lo llevó a nacer en Buenos Aires. “Por eso estoy ahora aquí”, escribió en Esperanza, su autobiografía.

Hizo del gesto sencillo un mensaje poderoso. Habló de política, de migración, de justicia social, pero también de fútbol, cocina, poesía y afectos. Con su muerte, se cierra una etapa marcada por la autenticidad. Y queda el retrato de un pontífice que no necesitó tronos ni anillos para ser escuchado.

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