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Doimeadiós: “No confío en las personas que prohíben la risa”

Fotos: RL Hevia

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Osvaldo Doimeadiós considera la creación como un ejercicio movilizador y de libertad; tal vez por ello no se esquematiza en un personaje y siempre apuesta por nuevos cambios, entornos y proyectos.

Aquel joven que visualizó la actuación como su camino “con una convicción tan grande de saber lo que quería” llegó a Premio Nacional del Humor en 2012 e hizo de su vocación algo definitorio… y definitivo.

Sala-Manca marcó un antes y un después en la vida del joven Osvaldo dentro del Instituto Superior de Arte. En conversación con Cuba Noticias 360 recordó al grupo como un espacio donde encontró compañeros que compartían su necesidad de hablar y jugar desde y con el humor.

“Representó una posibilidad de crear y hacer personajes humorísticos, de intervenir las escenas en un proceso dinámico siendo observadores y precisos; además de conocer la labor de otros actores, escritores o creadores, en sentido general, que estaban dentro de la escena cubana. Un momento de nacimiento y crecimiento dentro del humor”.

Fue también el espacio donde jugó a ser Margot o Feliciano, personajes que se han mantenido en el tiempo, y que el público los conoció después en la televisión con un mayor acabado en cuanto a vestuario, forma de hablar y otras técnicas.

¿Cómo puede definir la escuela cubana de actuación y cuáles son sus principales influencias?

Tenemos una tradición de grandes académicos que, por lo general y como base, casi todos han sido artistas devenidos directores y maestros como es el caso de Raquel y Vicente Revuelta, Berta Martínez, Roberto Blanco, Flora Lauten o Héctor Quintero.

Estamos, además, en una isla abierta a las influencias y a los principios de trabajo que estableció Stanislavski, junto a los métodos de Bertolt Brecht o Eugenio Barba, así como las experiencias académicas y docentes de grandes creadores norteamericanos y otros del teatro de arte de Moscú, establecidos en Estados Unidos u otros lugares de Europa.

Yo fui alumno de Ana Viña, una excelente pedagoga y actriz de Teatro Estudio que también se formó en la antigua Unión Soviética; o sea, que la sabia de toda esa experiencia rusa también me llegó por la vía de mi maestra.

Entonces, he tratado de ser consecuente con quienes me trajeron hasta este punto y asimilar otras experiencias que uno aprende como parte del trayecto. Lo que sí busco es transmitir todo a mis alumnos sin condiciones.

¿Qué importancia le confiere a la comedia como un elemento necesario en la formación de la nacionalidad y en la Cuba actual?

No se concibe la nacionalidad sin todo el elemento disruptivo que provoca lo paródico, nuestra formación como cubanos está también en mirarnos y burlarnos de esos patrones coloniales.

Hay quienes tratan de blanquear eso, de hacerlo de una pureza absoluta donde el otro no está; pero sí está, eso es importante.

No concibo la nacionalidad o nuestra cultura si falta ese elemento porque ahí están los bufos o el vernáculo cubano, heredando una manera de ser, yo diría de jugar con lo sagrado.

¿Considera el monólogo como herramienta necesaria de la comunicación en la actuación?

Cuando yo inicié el humor se hacía en grupos con grandes espectáculos que fueron importantes en la década de los 70 u 80 y que tuvo auge con la Seña del Humor, Nos-y-Otros, Los Hepáticos y otros, además de tener como referente a Les Luthiers.

Pero el humor, desde hace algunos años, se desarrolla en solitario con la influencia también del stand up comedy que ha llegado a Cuba y mueve a multitudes como una manera de hacer, también, en solitario.

Creo que uno no puede estar ajeno a nada, debe compartir con el auditorio ya sea en solitario o en grupo, con las características propias de cada uno.

¿Qué personaje lo ha marcado en lo dramático y en el humor?

En el humor están Margot, Feliciano y Domingo Díaz, un cantante de bolero que también me trajo muchas satisfacciones al hacerlo con Pagola la Paga o en otras modalidades.

En el caso de los personajes dramáticos recuerdo a Santa Cecilia, Mongo Castillo en el seriado de televisión LCB: La otra guerra u otros que he hecho en el teatro como Ícaro, de Norge Espinoza, con la dirección de Carlos Díaz y Orgón, en el Tartufo de Moliere, con Raquel Revuelta.

Algunos me han retado a trabajar y a explorar otras zonas de mi trabajo como actor, pero considero que cada uno de ellos, a lo largo de mi carrera, han tenido mejores o peores resultados porque esta es una profesión de equivocarse y hay veces que no rinden, pero de todos se aprende.

Si bien es cierto que cada uno tiene características propias, ¿qué medio prefiere Doimeadiós: teatro, cine o televisión?

Cada medio tiene algo que me inspira y yo no podría estar quieto. Mis inicios fueron en la radio, con su hechizo, y si hoy me desempeño más en ella es por el poco tiempo que tengo.

El teatro me brinda la posibilidad de estar siempre sobre la escena y trabajando ya sea como actor, director o profesor, aunque creo hay una convivencia entre esos tres roles que se complementan y retroalimentan constantemente tributando uno al otro.

Por eso me encanta el teatro, pero cuando voy al cine lo disfruto muchísimo porque tiene una complejidad y un reto muy grande. Cuando se hace bien y encuentras el equipo ideal, es una maravilla. Al igual que la televisión, aunque lamentablemente ya casi no hay proyectos en este formato y hoy hemos emigrado más a las redes.

¿Ha sido el Centro Promotor del Humor una guía para el desarrollo de la comedia y de los humoristas en Cuba?

La idea de hacer un Centro Promotor del Humor fue de Alejandro García Virulo en el Cine Teatro Acapulco, un lugar que cerraron en diciembre de 1992, seguido de toda una batalla épica bastante dura para fundar una institución que está cumpliendo sus primeros 30 años.

Esa batalla se centró en buscar e identificar en toda la geografía cubana a las personas que se dedicaban y podían hacer humor, saliendo de ese proceso jóvenes con mucho talento y perspectiva, quienes hoy en día son en los que se centra la vida humorística de nuestro país y de otros, porque algunos han emigrado.

El Centro fue vital para establecer escuelas de verano, talleres de superación, el Festival y el Premio Nacional de Humor; o sea, su labor importante en estos años. Solo creo que habría que reformular esos principios iniciales de cara a los tiempos que vivimos y repensar nuevas estrategias.

Entre ellos estaría la renovación, porque tiene que haber y existir en las universidades jóvenes que estén haciendo humor y que no conozcamos; pero hay que ir a los lugares, a las provincias, a los festivales de aficionados, a las facultades, hay que buscarlos, identificarlos y propiciarles las armas.

Otra perspectiva es saber dónde estamos y qué queremos, además del papel que tiene el humor dentro de la sociedad cubana, un aspecto que por lo general no se entiende. Esa es una cuenta pendiente o una bronca perpetua que tenemos históricamente entre el humor y los decisores.

Hay muchas experiencias para hacer humor y este tiene zonas que son complicadas; pero en dependencia de la forma en que se aborde, no hay tema que no pueda ser tratado.

Hay que establecer las coordenadas pero creo que todo es utilizable porque todo forma parte de la vida, entonces no hay nada que no pueda ser sometido a su escrutinio. No confío en las personas que no ríen, ni en las que prohíben la risa.

Nave Oficio de Isla como comunidad creativa ¿cree que el proyecto ha incidido en otras formas de hacer y ver el teatro actual? ¿En qué proyectos se encuentran inmersos en este momento y de cara al futuro?

En 2019, Arturo Soto me da un texto para montarlo. Desde que asistí a la primera lectura imaginé un espectáculo más grande que la propia historia que tenía para contar, basado en la pieza «Tengo una hija en Harvard». Entonces armé un equipo y nos dimos a la tarea de montarla en uno de los almacenes del muelle del Puerto Habanero.

El espectáculo generó la confluencia de artistas de distintas disciplinas: música, teatro, artes visuales, danza y encontramos una manera particular de contar y narrar sobre el espacio.

Siempre agradezco al doctor Eusebio Leal que tuvo la generosidad de entregarnos el local donde nos ubicamos en este momento dentro de los Almacenes de San José que se ha convertido, en cinco años, en referencia para los más disímiles públicos, desde jóvenes hasta personas de la tercera edad.

Nave no es solo para producir y poner espectáculos al público, sino también para talleres, coloquios, encuentros teóricos, peñas y espacios de descarga de música; de ahí que sea una comunidad creativa por lo multidisciplinar y las distintas maneras de complementarnos sobre la escena.

Para nosotros mismos, como comunidad creativa, Nave Oficio de Isla ha incidido en el comportamiento del actor en escena, la manera en que convive con el espectador y ello ha signado la forma de estar sobre el escenario, de armar un espectáculo, de que el público participe y lo disfrute de otra manera porque es también aprovechar la espacialidad e incorporar los elementos que tenemos al discurso general de una puesta.

En medio de la crisis y la parálisis en casi todas partes, seguimos apostando por trabajar contra viento y marea. Tenemos dos grandes eventos: Traspasos Escénicos en noviembre y Teatrales en marzo.

Este no es un espacio con la escenotecnia de un teatro tradicional pero no importa, hay que hacerlo y encontrar la manera de contar, bajo estas circunstancias que tenemos.

Dentro de los proyectos, el mes pasado arrancamos con los stand up comedy y hemos dado pasos en audiovisuales cortos de un minuto por lo que debemos seguir en esa línea abordando otras maneras de hacer, además de potenciar el trabajo de Nave hacia otros lugares u otros países, quizás.

Hay varias obras que dependen de las circunstancias que nos depare el nuevo año para llevarlas a cabo y terminaremos de celebrar el primer lustro sobre la escena con proyectos a realizar en diciembre.

Yo nunca he querido dedicarme solamente a la dirección o al magisterio, quisiera seguir siempre actuando mientras la vida y la salud me lo permita. No quisiera llegar a una edad sin condiciones y estar ahí haciéndolo porque sí.

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