septiembre 12, 2024
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Cuando no hay corriente, ¿con qué cocinan los cubanos?

Foto: Cuba Noticias 360

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Tras varios años lidiando con la inseguridad energética, los cubanos han perdido la esperanza de que se resuelva, de una buena vez, la maldita circunstancia de los apagones por todas partes. Son un cáncer que ha hecho metástasis: se contienen por momentos, pero terminan regresando cuando ya parecían erradicados.

En el álgido asunto de los cortes de electricidad, este 2024 ha sido particularmente molesto para la mayoría de los cubanos, no solo porque se ha mantenido con una impunidad pasmosa la estrategia de intentar no apagar La Habana (o al menos no tanto) y repartir el déficit entre el resto de la isla; sino sobre todo porque desde enero las autoridades de la Unión Eléctrica (UNE) venían aplicando una estrategia de mantenimientos a las termoeléctricas para “garantizar la vitalidad del sistema durante los meses más candentes del verano”.

Y, como tampoco sorprendió a nadie, hubo apagones por mantenimiento de termoeléctricas en invierno y por roturas de termoeléctricas en verano, con lo cual la gente “apagada” está doblemente incómoda: por los apagones en sí, que han rondado las 10 horas diarias en agosto, y por la falta de credibilidad en las promesas de la UNE, que no cumplió con la palabra empeñada de lograr “una mejor situación del sistema eléctrico” a estas alturas del año, con temperaturas que rebasan los 37 grados Celsius.

Cómo se las ingenian los ciudadanos para iluminarse o mitigar el calor en ese contexto adverso es algo que, al parecer, no le interesa a nadie, con lo cual la gente ha ido buscando sus propias alternativas que van, desde una planta eléctrica —la familia que pueda pagársela— hasta las velas y los abanicos de toda la vida.

Cómo se las ingenian para cocinar es, sin embargo, un asunto más delicado, básicamente porque desde la llamada Revolución Energética un tercio de la población cubana fue inducida a migrar a la cocción mediante energía eléctrica, gracias a las ollas arroceras, hornillas y demás equipos electrodomésticos que el gobierno vendió a precios subsidiados para eliminar los combustibles tóxicos que solía distribuir por la canasta familiar normada.

Si bien la sustitución garantizó patrones de consumo positivos y ahorradores, apenas tres años después la demanda total de energía ya había aumentado en un 33 por ciento, lo que volvió a muchos territorios dependientes de la energía eléctrica para la elaboración de los alimentos, de acuerdo con las propias cifras publicadas por la UNE.

Incluso en los mejores casos, el de las personas que cocinaban con electricidad, pero se mantuvieron con una cuota de gas licuado, en la actual coyuntura tampoco pueden sentirse a salvo, porque al disminuir las horas de corriente eléctrica, aumenta la demanda del combustible alternativo y, por ende, se crean no pocos cuellos de botella en las instalaciones de venta de gas, una situación que ha reflejado la prensa durante todo el año.

De ahí que hayan reemergido combustibles que parecían relegados a los más dolorosos recuerdos del llamado Período Especial: el alcohol, el keroseno, el carbón vegetal, la leña…

En mayo pasado, en algunas provincias orientales el gobierno vendió, de forma racionada y controlada, una lata de carbón por núcleo familiar, una medida que generó más molestias que satisfacciones por su alcance limitado. Solo se expendía una lata por libreta a 150 pesos, lo que hizo subir el precio del saco de carbón en el mercado negro.

Y no es solo el problema del combustible. Una preocupación de las familias al cocinar los alimentos sin corriente es la calidad de los fogones, casi siempre hornillas improvisadas, estufas que funcionan mal y sin los utensilios requeridos; a veces en patios de tierra o cimentados, a veces en vías públicas cercanas a la vivienda e, incluso, en apartamentos sin las elementales condiciones o espacios mal ventilados.

La angustia de cocinar aumenta si se tiene en cuenta que por lo general son las mujeres quienes se exponen a estos combustibles inflamables, las mismas mujeres que suelen encargarse de buscar qué cocinar y planificarlo para que alcance.

En medio del círculo vicioso de la escasez de recursos naturales, la situación económica precaria y la incapacidad del país para importar las cantidades de combustibles que precisa, al cubano de a pie —el que no decide prácticamente nada— solo le queda exprimir al máximo su cuota de gas, ahorrar el saco de carbón o aprovechar cada minuto de corriente para cocinar; porque demandar una inversión a largo plazo destinada a recuperar el sistema eléctrico nacional sin parches temporales es ya una utopía que se le va de las manos.

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